El movimiento estudiantil colombiano ha despertado de un pesado letargo. Decenas de miles de jóvenes que hace apenas algunas semanas se mostraban indiferentes han salido a las calles en todo el país en lo que es un comienzo saludable, inspirador y motivante también para otros sectores del pueblo.
La lucha del movimiento estudiantil universitario contra el lesivo proyecto de reforma a la también lesiva Ley 30 ha sorprendido a muchos e incluso ha rebasado las expectativas de sus mismos lideres oficiales, quienes (desde la Reunión Nacional de Estudiantes del 2008 hasta hace apenas unos días) no veían ni remotas posibilidades (o “condiciones”) de un paro y centraban en el cabildeo con congresistas y, luego de que se radicara el proyecto de ley en el parlamento, considerarían el paro como mecanismo de presión subordinado al cabildeo.
Pero aún más, la magnitud que ha cobrado la presencia en la calle de los estudiantes, y otros sectores que los apoyan, ha desafiado la arrogancia de la ministra de educación y del presidente Santos quienes, como representantes actuales de las clases dominantes pensaban que podrían imponer su reforma sin resistencia, de su palabrería despectiva, altisonante y amenazante han pasado a aparentar que tienen “espíritu democrático” retirando el proyecto de ley. Pero no hay tal, realmente han sido la lucha y la decisión del movimiento estudiantil las que forzaron al gobierno a retroceder. Ésta es un victoria importante, pero limitada.
El despertar del movimiento estudiantil le ha mostrado a una nueva generación que las cosas realmente pueden cambiar, que no es necesario seguir soportando uno tras otro los embates de las clases dominantes contra el pueblo, y que tampoco es inmutable la apatía de inmensos sectores de estudiantes. No son pocos de los que hace algunas semanas eran simples estudiantes esperando terminar el semestre, los que hoy han dado sus primeros pasos en la vida política, y han entrado a preocuparse por problemas más amplios y a cuestionarse cómo es que se toman las decisiones políticas del país, pudiendo contrastar el circo electoral de dos semanas atrás, que no permite ni estimula adentrarse realmente en cuestiones políticas como si lo ha hecho la movilización masiva de sectores del pueblo como el actual movimiento estudiantil.
Santos y su gobierno de “unidad (unanimidad) nacional” se sentían hace apenas una semana con la suficiente confianza para imponer sin más una reforma a la educación superior, y no esperaban el grado de resistencia que encontraron en estudiantes y profesores. Hoy, para no quedar del todo mal, tratan de convertir su derrota en victoria, pretendiendo que es gracias a la “voluntad de diálogo” del gobierno que se ha retirado el
proyecto, pero realmente ha sido una derrota parcial (que no hay que magnificar) para la clase dominante, lo cual se está convirtiendo en inspiración para otros y le ha dado optimismo al movimiento estudiantil en su conjunto así como a otros sectores populares.
Importantes retos (e inquietudes) se ponen hoy ante los estudiantes cuando está en juego qué lecciones sacar y cuáles no sacar del presente movimiento. Cómo bien lo señalara a El Espectador (“La resurrección del movimiento estudiantil”) un dirigente de la MANE: “los jóvenes y los estudiantes de Colombia volvimos a tomar conciencia de que otro mundo no sólo es posible, sino necesario”, la cuestión es que también es necesario especificar cuál es ese otro mundo posible, que no sea simplemente el actual con algunos remiendos sino que, entre otras cosas, implique un cambio rotundo en la educación, en todos los sentidos, para que la educación no implique tomar el conocimiento (o los títulos académicos) como capital, como motor de ascenso social. Y en especial alrededor de prepararse para que el pueblo tome en sus manos ese otro mundo…
No se puede dejar de lado que el presidente Santos y sus congéneres han tenido que ceder por la lucha, pero eso no implica que la clase dominante no defienda en lo fundamental su “derecho” de reprimir las justas protestas del pueblo, como lo cacareó uno de esos congéneres, el ex vicepresidente Francisco Santos, quien dijo lo que todos ellos piensan pero no dicen: que “hace falta innovar, hay que utilizar armas de represión no letales como las que producen descargas eléctricas. El estudiante cae y se lo llevan arrestado”, algo que ya había propuesto unas semanas antes la alcaldesa de Bogotá, Clara López.
En la misma marcha del 10 de noviembre fueron detenidos 38 estudiantes, aunque en esta oportunidad las fuerzas represivas del estado no han reprimido tanto como en otras ocasiones no significa que haya dejado de ser una maquinaria de represión contra el pueblo que está hecha para controlar y aplastar al pueblo y especialmente a los movimientos radicales que surgen en su interior y que pueden entrar a confrontar incluso a todo el sistema, además que es realmente preocupante que algunos sectores dentro del movimiento estudiantil estén ayudando a la policía a contener desde dentro, la confrontación con la policía y que se estén promoviendo los abrazos y besos (el ya conocido como “abrazatón-tos”) con la fuerzas represivas del estado las cuales son las responsables del asesinato de miles de luchadores populares y de imponer y defender toda forma de opresión al pueblo. Por su naturaleza las fuerzas militares y de policía defienden los interés de las clases dominantes, son esas fuerzas las que en alianza con los grupos paramilitares han desplazado a millones de campesinos, asesinado estudiantes y despojado a los indígenas; son una maquinaria para proteger e imponer los intereses del imperialismo, los terratenientes y la gran burguesía.
Es muy importante que por medio de la lucha el movimiento estudiantil haya logrado echar abajo el proyecto gubernamental de reforma a la Ley 30 pero es necesario ir mucho más allá (en contra de la “realpolitik” que pretende que lo deseable es lo que es posible y lo que es posible es lo que hay) y entrar a cuestionar el conjunto de la educación, desde preescolar
hasta los posgrados. En el actual sistema —basado en la explotación y opresión de una parte (más del 90%) de la sociedad por otra (menos del 10%)—, tanto la educación privada como la educación pública en su conjunto reproducen la división de la sociedad en clases, defienden los intereses de las clases opresoras, refuerzan las divisiones básicas de la actual sociedad como la existente entre trabajo manual y trabajo intelectual.
Es importante resistir (oponer resistencia) a todas las medidas, infamias e injusticias que este sistema causa a las masas del pueblo, y por medio de la lucha y la organización confrontar al sistema y poner al pueblo en mejores condiciones para la lucha verdaderamente revolucionaria. Cada sector del pueblo tiene sus justas reivindicaciones por las que es justo luchar, arrebatando tales reivindicaciones al sistema, pero no reduciéndose a eso (con la socorrida “política identitaria”) y acomodándose al oprobioso sistema, sino también apoyando y participando en la lucha mucho más general por cambiar de raíz toda la sociedad, la lucha por hacer la revolución que apunte a erradicar todas las relaciones de opresión y explotación. Las miras de nuestras luchas necesitan elevarse mucho más allá de simplemente luchar contra una u otra reforma, por necesaria y justa que sea.
Si se busca realmente construir otro mundo (y es necesario que cada vez más gente sea consciente de esta necesidad), se requiere deshacernos de nocivas tendencias de moda en las recientes luchas en todo el mundo hacia crear movimientos “horizontales”, no “jerárquicos”, pretendiendo que esto sirve a transformaciones de veras radicales, pero que caen en simple reformismo en una situación en la que hay una fuerza organizada, estructurada, poderosa que hace todo lo que esté a su alcance para mantener las cosas como están. Un movimiento sin estructura y sin dirección acabará, como ya lo hemos visto muchas veces, más temprano que tarde subsumido por las mismas fuerzas que pretende enfrentar.
Si se busca realmente construir otro mundo, no podemos crear ilusiones en llegar a consensos con las clases dominantes. No podemos engañarnos ni engañar a otros con que lo que se logró con la movilización: se obligó, no se persuadió al gobierno a echar atrás el proyecto de reforma a la ley de educación.
Si se busca realmente construir otro mundo, debemos pensar en serio en entrarle a la lucha por una verdadera revolución, y unirnos a las fuerzas verdaderamente revolucionarias, es decir que tengan metas de veras revolucionarias: un mundo libre de explotación y opresión. Eso es posible, necesario y urgente.
Brigadas Antiimperialistas 13 de noviembre de 2011
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